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Bio-materiales cultivados en laboratorio: hongos, algas y celulosa bacteriana como nueva arquitectura viva

Los bio-materiales cultivados en laboratorio —hongos, algas y celulosa bacteriana— representan un cambio radical en la forma de concebir la arquitectura

Estos materiales no solo ofrecen propiedades físicas y mecánicas únicas, sino que también introducen la posibilidad de estructuras vivas capaces de autorrepararse, interactuar con su entorno y minimizar la huella ecológica de los edificios.

1. Hongos: micelio como material estructural

El micelio, la red de filamentos vegetativos de los hongos, se ha convertido en un recurso prometedor para la arquitectura sostenible. Cultivado en moldes específicos, el micelio se combina con residuos agrícolas como sustrato para formar bloques y paneles con resistencia mecánica suficiente para aplicaciones no estructurales, aislantes o decorativas. Su capacidad de crecer y adaptarse a diferentes formas permite diseños orgánicos y flexibles que serían difíciles de lograr con materiales tradicionales.

Desde el punto de vista técnico, los bloques de micelio presentan aislamiento térmico y acústico comparable al poliestireno expandido, mientras que su densidad y porosidad se pueden controlar mediante el tipo de hongo y el tiempo de cultivo. Sin embargo, requieren un tratamiento post-cultivo para detener su crecimiento y garantizar durabilidad frente a humedad y plagas, lo que implica la incorporación de métodos como secado, prensado o recubrimientos biocompatibles.

2. Algas: bioplásticos y biofilm funcional

Las algas, especialmente las microalgas, permiten generar bioplásticos, biofilms y paneles fotovoltaicos vivos, capaces de generar oxígeno y filtrar contaminantes. En laboratorios de biofabricación, las algas se cultivan en soluciones nutritivas controladas, produciendo polisacáridos y proteínas que se transforman en láminas flexibles y translúcidas. Estos materiales son particularmente útiles en fachadas activas, biopaneles para interiores y techos que regulan la temperatura mediante fotosíntesis y liberación de humedad.

Técnicamente, las algas ofrecen alta capacidad de regeneración y absorción de CO, aunque su integración arquitectónica requiere sistemas de soporte hidráulico y lumínico adecuados, así como protocolos de mantenimiento que aseguren su viabilidad a largo plazo. Proyectos recientes en Europa y Norteamérica muestran biopaneles híbridos, combinando algas y resinas biodegradables para lograr estructuras ligeras, resistentes y estéticamente atractivas.

3. Celulosa bacteriana: membranas vivas y biocomposites

La celulosa bacteriana, producida por bacterias como Gluconacetobacter xylinus, se destaca por su pureza, resistencia mecánica y flexibilidad. A diferencia de la celulosa vegetal, esta versión bacteriana puede crecer en formas precisas y adherirse a otros materiales, creando biocomposites vivos. Su textura similar al cuero y su capacidad de retener agua la hacen ideal para revestimientos, cortinas, paneles acústicos y elementos decorativos que también contribuyen a la regulación de humedad interior.

En términos de ingeniería, la celulosa bacteriana presenta alta tenacidad y elasticidad, siendo compatible con procesos de impresión 3D y moldes personalizados. El principal desafío radica en escalar la producción y mantener las condiciones estériles necesarias para un crecimiento uniforme y sin contaminantes. Sin embargo, investigaciones recientes apuntan a sistemas de producción modular en edificios, donde las membranas pueden regenerarse y reemplazarse de manera cíclica, generando un concepto de arquitectura viva y autorreparable.

4. Implicaciones para la arquitectura y la sostenibilidad

La adopción de biomateriales cultivados en laboratorio redefine la relación entre edificios y ecosistemas. Además de reducir la huella de carbono y aprovechar recursos renovables, permiten espacios adaptativos, con propiedades funcionales como aislamiento activo, regulación de humedad, purificación del aire y absorción acústica. La integración de estos materiales exige un diseño interdisciplinario, que combine bioingeniería, arquitectura, ingeniería estructural y control ambiental, así como la implementación de normativas específicas de seguridad y durabilidad.

El potencial de estos materiales no se limita a la construcción: podrían incorporarse a mobiliario urbano, revestimientos interiores, instalaciones temporales y sistemas de protección ambiental, ampliando la noción de “infraestructura viva” más allá de los edificios tradicionales. Su estudio y aplicación marcan un nuevo paradigma en la arquitectura del siglo XXI, donde los materiales ya no son pasivos, sino parte activa del ecosistema construido.

Los biomateriales cultivados en laboratorio —hongos, algas y celulosa bacteriana— representan un cambio radical en la forma de concebir la arquitectura. Su capacidad de adaptarse, regenerarse y aportar beneficios ambientales redefine la relación entre diseño, construcción y sostenibilidad. La arquitectura viva no solo es una idea futurista, sino una herramienta práctica para ciudades resilientes y ecológicas, marcando un camino hacia estructuras más inteligentes, sostenibles y emocionalmente conectadas con sus ocupantes.

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