Campos electromagnéticos y ambiente interior
El ambiente interior y la contaminación electromagnética
Los campos electromagnéticos condicionan la calidad del ambiente interior, es uno de los factores importantes en tener en cuenta para estos espacios
Desde hace unos años, y especialmente desde que la IARC clasificara en el año 2011 los campos electromagnéticos de radiofrecuencia (los empleados por la telefonía móvil y otras comunicaciones inalámbricas) como posiblemente carcinógenos para humanos, el tema ha sido objeto de un encendido debate.
Quienes con esta declaración veían refrendada su postura y quienes defendían con escepticismo la inocuidad de este tipo de radiación encontraron motivos para elevar el tono de sus discursos.
Contaminación electromagnética
Pero, ¿qué hay detrás de este desencuentro? ¿Debe realmente preocuparnos los efectos de los campos electromagnéticos? ¿Hasta qué punto conviene tomar precauciones o protegerse de su influencia?
El espectro electromagnético
Piensa en la radiación como una forma de propagación de energía.
Una propagación que se distribuye en una determinada zona espacial, manifestando su influencia característica con mayor o menor intensidad. Es lo que llamamos un campo y sus efectos pueden medirse empleando la tecnología adecuada.
Si la energía que se propaga tiene su origen en cargas eléctricas estamos ante campos eléctricos. Si estas cargas se encuentran en movimiento o en presencia de materiales magnéticos provocan a su vez campos magnéticos. ¿Hasta aquí todo bien?
Sólo un par de aclaraciones más.
Una. Si las cargas eléctricas son estáticas nos encontraremos en un caso especial de los campos eléctricos: los campos electrostáticos.
Y dos. De la combinación de los campos eléctricos y de los campos magnéticos que inducen surgen los campos electromagnéticos.
No te he dicho aún que esa propagación de energía que llamamos radiación se produce en forma de ondas.
Podemos caracterizar una onda si conocemos su longitud (la distancia que recorre cada una de las perturbaciones que componen la onda) y la velocidad con la que avanza en un determinado medio.
Una forma de relacionar la longitud y la velocidad de una onda es hablar de la frecuencia de dicha onda, es decir, la cantidad de perturbaciones que se producen en un determinado plazo de tiempo, por ejemplo, en 1 segundo. Es algo así como el “ritmo” de la onda.
Como consecuencia, una onda con una longitud menor tendrá una frecuencia más alta y portará una mayor energía.
Creo que la siguiente imagen te ayudará a entender lo que te he contado hasta ahora. Es el espectro electromagnético: la distribución del conjunto de posibles ondas originadas por cargas eléctricas y magnéticas.
Fuente: quimicaweb.net
Veamos un ejemplo para terminar de poner esto en contexto.
Tomemos el caso de las ondas electromagnéticas emitidas por teléfonos móviles, radares u hornos microondas (las que la IARC clasifica como posiblemente carcinogénicas para humanos). En este rango de emisiones, la longitud de onda se sitúa en una dimensión del orden de los centímetros y su frecuencia en el de las 1012 perturbaciones por segundo (o hertzios): ¡algo así como 10.000.000.000.000 perturbaciones por segundo!
La cosa empieza a complicarse con la distinción entre radiaciones ionizantes y no ionizantes. Sigue leyendo porque entramos de lleno en el meollo de la cuestión.
Radiaciones ionizantes vs radiaciones no ionizantes
Cuando la potencia energética de una determinada onda es capaz de ionizar la materia, es decir, para arrancar sus electrones de sus átomos, hablamos de radiaciones ionizantes.
Los rayos X y los gamma, entre otros, situados más a la derecha en la ilustración anterior, pertenecen a este tipo de radiaciones. Es generalmente admitido que incluso ante exposiciones a dosis muy bajas de este tipo de radiaciones aumenta la probabilidad de desarrollar cáncer, aumentando el riesgo con el incremento de la dosis recibida.
La desintegración radiactiva, cuyos efectos son de sobra conocidos y que seguramente te son más familiares, forma parte también de este tipo de ondas ionizantes.
Las radiaciones menos energéticas, las situadas a la izquierda en la infografía, procedentes de los rayos ultravioleta, los radares o las ondas de radio son las conocidas como no ionizantes. También los campos eléctricomagnéticos pertenecen a esta tipología de radiaciones.
¿Y qué produce este tipo de radiaciones no ionizantes en nuestro entorno más cercano?
Toma nota:
- materiales sintéticos,
- armaduras y elementos de acero (tuberías, radiadores, muelles de colchones,…),
- altavoces, amplificadores, auriculares,
- instalaciones eléctricas defectuosas o sin toma de tierra, corrientes eléctricas de alto voltaje, transformadores, bobinas, motores eléctricos (frigoríficos, juguetes, secadores de pelo, batidoras,…),
- líneas de alta tensión, centros de transformación,
- teléfonos móviles e inalámbricos, redes wi-fi, emisoras de radio, equipos y periféricos informáticos, interfonos para bebés, hornos microondas,…
Como ves, las tenemos bien cerca.
Sin embargo, y es aquí donde ser recrudece la controversia, que este tipo de radiación no sea ionizante no implica necesariamente que sus efectos sean despreciables.
Al contrario.
Efectos biológicos de las radiaciones no ionizantes
Quienes advierten acerca de los posibles riesgos que entrañaría la exposición a estas radiaciones se apoyan en la literatura científica que sí encuentra correlación entre la exposición y la aparición de alteraciones en la salud.
Quienes defienden su inocuidad sostienen su afirmación sobre el argumento de que el mecanismo por el que los campos electromagnéticos actuarían sobre nuestra biología no es aún bien conocido.
Uno de los metaestudios más exhaustivos realizado hasta el momento, el Informe Bioinitiative, expresa así este dilema:
“Es un error concluir que los efectos no existen porque no podemos explicar el cómo está sucediendo o altera nuestra interpretación mental de CÓMO deben funcionar las cosas.”
El debate no es nuevo. La resistencia a admitir explicaciones en contra de la experiencia cotidiana a corto plazo se une a mensajes muchas veces interesados para silenciar o ridiculizar hipótesis incómodas.
- ¿Sabías que hasta el 80% de los estudios que no hallan relación entre exposición a radiación electromagnética y efectos biológicos están financiados por la industria de las telecomunicaciones?
- ¿O que fue necesario recurrir a los tribunales para que cesaran las difamaciones de un reputado investigador acerca la credibilidad de uno de los estudios más concluyentes sobre el tema en el que se demostraba que los campos electromagnéticos alteraban la estructura y el funcionamiento de nuestros genes?
- ¿Sabías que este mismo proyecto, que preveía continuar su investigación en una segunda fase, fue cancelado y su financiación retirada después de que sus resultados fueran publicados?
- ¿Has reparado en que en el manual del usuario de tu teléfono móvil se advierte de que los niveles de radiación que emite cumplen la normativa vigente sólo si el aparato se usa separado unos centímetros de la cabeza?
- ¿Conocías que los niveles a los que se han demostrado efectos biológicos por exposición a campos electromagnéticos son entre 1.000 y 10.000 menores que los que contemplan como seguros las normativas de seguridad pública y que estos niveles oficiales se están revisando al alza?
- ¿Eras consciente de que incluso las compañías aseguradoras están excluyendo en sus pólizas la cobertura a daños corporales causados por campos electromagnéticos?
Algo ocurre.
Estudios científicos y evidencias
No quisiera abrumarte con cuestiones que, en cualquier caso, confirman que la realidad no es precisamente la que se anuncia desde la mayor parte de los grandes medios de comunicación ni, quiero pensar que con la mejor intención, desde quienes creen en la ciencia en lugar de practicarla.
En su lugar, como muestra, te dejo aquí los enlaces a dos de los informes más completos y actualizados, con referencias a estudios científicos que confirman lo que te cuento. No está de más que te asegures de que, efectivamente, los estudios sobre campos electromagnéticos están ahí. Unos 25.000 en los últimos 30 años, según la OMS.
Efectos térmicos y efectos no térmicos
Pero, ¿por qué ocurre todo esto bajo la influencia de los campos electromagnéticos?
Cuando estas radiaciones se propagan por el espacio penetrando, reflejándose o siendo absorbidas por los tejidos vivos sobre los que incide provocan efectos de diversa naturaleza.
Si la energía de estas radiaciones provoca un aumento de la temperatura de estos tejidos, se produce una reorientación espacial a nivel molecular que afecta principalmente a órganos con un contenido mayor de agua: ojos, ganglios linfáticos, vejiga, hígado, estómago, páncreas,…
Ese incremento de temperatura provoca también la dilatación de los poros de la barrera hematoencefálica que protege nuestro cerebro, permitiendo que la atraviesen toxinas que de otra forma no lo harían.
En condiciones normales nuestro organismo es capaz de disipar con cierta facilidad este efecto térmico si la exposición es breve y ocasional y hay oportunidad para que se alcance de nuevo el equilibrio térmico.
El problema está en que la cosa no acaba ahí.
Cuando la energía de las ondas electromagnéticas no es suficientemente alta para provocar un calentamiento interno significativo (cuando la frecuencia de las mismas no es muy alta, ¿te acuerdas?), el efecto que producen es la inducción de corrientes eléctricas en los tejidos que estimulan las células nerviosas y musculares.
Y es precisamente este efecto no térmico el que más controversias despierta, puesto que aún no se conoce con precisión el mecanismo por el que estas corrientes eléctricas provocan daños en el ADN y en su funcionamiento que sí se han demostrado.
Sólo en la trastienda de los laboratorios de los investigadores se admite que el interés real por financiar estudios destinados a despejar estas incógnitas es escasísimo. La falta de incentivos a esta investigación de campo hace que la gran mayoría de estudios se centren en revisiones de literatura científica o en análisis epidemiológicos o metodológicos, dejando de lado los ensayos biológicos.
La sombra de la industria es alargada.
Todo ello no ha impedido que exista evidencia científica sobra la incidencia de los campos electromagnéticos sobre los genes y el ADN, las proteínas del estrés, la melatonina y el sistema inmunológico, la fertilidad y la reproducción, los fetos y neonatos, el autismo, alteraciones neurológicas y del comportamiento, la leucemia infantil y otros cánceres infantiles, los tumores cerebrales y neuromas, el cáncer de mama, el Alzheimer,…
La lista es amplia e inquietante.
Aunque pondremos en contexto algunos de estos efectos en la próxima entrada, en esencia, la conclusión de los estudios científicos es, en palabras del Informe Bioinitiative, la siguiente:
“Puede que nosotros, como especie, seamos más susceptibles de lo que se cree al pulso intermitente, a las señales de radiación de RF pulsantes de RF de muy baja intensidad que pueden interactuar con actividades críticas de los tejidos vivos.”
“Este tipo de señal es biológicamente activa. Incluso si es esencialmente invisible matemáticamente cuando los impulsos individuales de radiación de RF son promediados en el tiempo, aparentemente [esta señal] NO es invisible para el cuerpo humano ni para su funcionamiento biológico adecuado.”
“Y, es esencial repensar las normas de seguridad teniendo en cuenta la sensibilidad muy intensa de los sistemas biológicos y de las interacciones tisulares donde las exposiciones sean pulsadas y acumulativamente insignificantes en un plazo promedio, pero altamente relevante para los procesos del organismo y su funcionamiento”
Hay que admitirlo.
No podemos seguir ignorando los efectos de la exposición a la radiación electromagnética a medio plazo sobre los sistemas biológicos.
Y es que somos un sistema biológico viviendo en un continuum con el ambiente que nos rodea.
Un ambiente cada vez más enrarecido en el que estamos sometidos a un número creciente de radiaciones artificiales y, paradójicamente, cada vez más privados de aquellas otras de origen natural que nos ha hecho como somos y son imprescindibles para la vida.
¿Qué podemos hacer?
Soy consciente de que lo que te he contado hasta ahora produce un cierto desasosiego. Aquella sentencia de que “si lo venden es que es seguro” se tambalea y con ella nuestra seguridad.
Surge el miedo, quizás la angustia y, justo después, la tentación de negar el problema y mirar hacia otro lado.
Me preguntaban en una ocasión en uno de los cursos que suelo impartir:
“Pero, ¿por qué nadie nos ha contado esto antes?”.
En mi opinión, aquí reside precisamente el origen de toda acción que podamos emprender: la información. información
Cuestionarse e informarse. Y actuar, por supuesto. No es otro el objetivo de esta entrada que lees,
No pretendo ser dogmático ni alarmista. Al contrario, estar informado es el primer paso para ser consciente y tomar acción. En el sentido que cada cual crea oportuno.
Claro está que esta actitud implica un alto grado de responsabilidad personal que en muchos casos hemos “subcontratado”, dejándola en manos de industrias, políticos, instituciones, gurús u otros negocios varios.
El principio de precaución
Se impone, por tanto, la precaución: minimizar nuestra exposición a las fuentes de campos electromagnéticos, cuantificar y calificar la intensidad de la exposición y poner en marcha acciones correctoras.
Eso es lo que en esencia propone el principio de precaución adoptado por la Comisión Europea cuando dice que:
“El principio de precaución permite reaccionar rápidamente ante un posible peligro para la salud humana, animal o vegetal, o para proteger el medio ambiente. De hecho, en caso de que los datos científicos no permitan una determinación completa del riesgo, el recurso a este principio permite, por ejemplo, impedir la distribución de productos que puedan entrañar un peligro para la salud o incluso proceder a su retirada del mercado.”
Fuente: Indikon